viernes, 7 de octubre de 2011

Hermanos con amor apache.

Mi mamá tenía 4 hijos que en 15 minutos podían partirse la madre, contentarse y seguir como si nada.

Nosotros como hermanos éramos todo un caso. No había quien nos aguantara, espantábamos a cuanta señora doméstica llegara para quedarse a cargo de nosotros y siempre llegaban al punto del llanto por no saber que hacer.

Entre los hermanos todas las negociaciones se reducían a los golpes, entre nosotros nos hacíamos de todo pero Dios guarde alguien le hiciera algo a alguno porque los otros tres brincaban. Era "amor apache": Porque te quiero te aporreo.

Recuerdo bien que empezábamos jugando, por ejemplo, y no una, sino varias veces, lo que era un buen juego se transformaba en una batalla campal. No importaba que Eduardo, mi hermano mayor, no caminara; eso no era motivo de compasión, así como recibía trancazos limpios, ni porque corrieras había escapatoria a sus golpes que además eran certeros. Lanzaba lo que tuviera a la mano: zapatos, cajas de casettes, libros y su brazo era una catapulta, como no podía sostenerlo en alto mucho tiempo en vez de hacer un lanzamiento tipo pitcher (planificado, con curva etc.), sostenía el brazo y cuando se le caía soltaba el objeto que salía disparado con mucha fuerza y daba justo en el blanco. Por supuesto que dolía! Una vez un Reebok me dio en el ojo que duró morado 2 días y por ahí tengo un par de cicatrices de las esquinitas de las cajas de casettes.
Mi mamá no conseguía quien nos cuidara. Muchas veces nos repartía, dejaba a dos en casa, y se llevaba a los otros dos a la u mientras ella recibía clases. Recuerdo estar en una casa de una amiga de mi mamá sentada encima del hermano que me sigue, en su vientre y pegándole puñetazos en la cabeza, pobrecito!

El carro que teníamos era un Volkswagen, de aquellos combi, que rugen, tienen el sonido super fuerte y teníamos un perro collie llamado Kimba.
Cada vez que mi papa venía del trabajo con mi mamá, el perro empezaba a ladrar cuando mi papa venia como a 10 cuadras y ya cuando faltaban unas cinco se oía el motor del carro. Entonces hay que visualizar el cuadro: 4 niños odiosos en plena batalla campal con todo tirado y aquel desmadre de reguero, gritos y pleito; oíamos al perro ladrar y empezábamos como locos a recoger todo, entre todos. Podía estar alguno encima del otro pegándole pero al escuchar a Kimba ladrar, era el momento de pensar en la hermandad así que todo se olvidaba en ese instante, nos ayudábamos unos a otros para evitar cualquier problema con la ley, ayudábamos al hermano mayor que lo requería y a la menor a acostarse. He de decir que éramos actores natos, todos éramos locos para dormir entonces les enredábamos las sabanas en las piernas para que pareciera que llevában tiempo dormidos y las posiciones que ellos tomaban eran algo anormales, luego corríamos a hacer eso con nosotros mismos. Cuando oíamos el motor las correrías eran mayores aún, era imprescindible no ser descubiertos porque los castigos eran meticulosamente estudiados para que nos dolieran sin recurrir a los golpes o al maltrato, sabíamos ponernos tan “aguados” que cuando mis papás entraban a las habitaciones y nos acostaban bien y nos tapaban bien no descubrían que estábamos en los 5 sentidos.
Al día siguiente nos poníamos de acuerdo para no decir nada que delatara el pleito pero era mi hermano Ernesto el que no podía vivir teniéndole secretos a mi mamá, así que él, delante de todos, confesaba: "Mami, castiganos, nos peleamos ayer". Todos hacíamos ojos de: "bocón, ya nos cayó" y nos tocaba confesar los detalles de lo sucedido además de calarnos el castigo.

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